23 feb 2008

NARRATIVA "Conjuro"

Posted on 7:45 a. m. by Adrián Arraigada

Yo sí lo recuerdo, perfectamente, como si no hubiese pasado más de un mes. Un mes, porque decir que hace una semana es poco tiempo y no es suficiente para asentar el sabor amargo.
Pensando con más acierto, ha de hacer doce años, o trece. En esas épocas, en esa casa pobre y luminosa - el sol se colaba por todas las aberturas -, chiquita, de ambientes extraños y confusamente diagramados, yo estaba solo, mirando cómo pasaban las horas.
El baño de esa casa debió haber sido un galpón, el galpón que guardaba la leña para afrontar el inviero y los asados debió ser patio; la huerta, ramada y la ramada entrada. La cocina, living; la habitación primera, cocina; la restante pieza, la primera... Pero todo era confuso, y así esa tarde. Sol, límpido verano tibio y enorme.
Yo estaba mucho más chico que ahora, era un nene, apenas sabía leer y escribir - pretencioso, arrogante y pacato, como era por ese entonces, creyendo que he variado demasiado - y tenía una disonancia alarmante con mi cuerpo y mi tamaño. Me sentía enorme, pero encogido, como el pan cuando se mete dentro de una taza con agua, pero a la inversa. Todo solía quedar a mi altura: el raz de la salamandra, la mesa, el espacio intermedio del aparador blanco abarrotado de fotos y recuerdos que nos mandaban o traían de aquí y allá para que tuviesemos un poco de la vida de los otros en ese resumido espacio lleno de imágenes de dudoso gusto, como si fuese necesario para nosotros; la ventana estaba justo a mi altura, la llave de luz, la traba de la puerta de entrada que no tenía picaporte ni cerradura (era verde, de una sola madera dura, muy verde como el marco de la ventana)
Me dupliqué en todo este tiempo. Si pudiera volver a recorrer esta casa que no existe más, seguro me causaría asombro corroborar que lo que estaba a mi altura (y que por su parte, me hacía enorgullecer) a todos les quedaba petiso y casi molesto. Pero cuando uno es un nene esto suele pasar: impactan cosas que otros ni siquiera ven.
Yo parado, chiquito; flaco. Pero no era verano, como dije, sino otoño y esto lo deduzco por las ropas, porque no recuerdo haber estado de pantalón corto, sino con un joggin viejo, azul, gastado y una remera en iguales condiciones. Pese a la realidad, como ya lo señalé, yo me sentía todopoderoso, implacable en el momento de la determinación de la amargura que necesitaba.
No recuerdo de dónde, pero saqué agua (supongo que de lo que era el lavadero, que debió ser galería), la junté y casi como una hazaña prendí la hornalla. Esperé ansioso, indeterminado, sin saber cuánto tiempo tenía que esperar. Decidí que ya estaba. Nunca lo había hecho, no sabía hacerlo, dudé si estaba bien y si no merecería reproche por eso... pero la duda no gana en los nenes. Ya estaba. Ahora quedaba el paso más importante. Y la decisión convirtió al impulso en pacto eterno. Lo armé, con nervios y excitación y con errores, seguramente; y sin tranquilidad pero con placer me animé a tomar el primero.Sucedió que la yerba hizo en mi alma una textura única y eterna; ahí fue donde se conjuró - en medio de esa casa y esa tarde y en ese nene de siete u ocho años - el más íntimo y renovador misterio.

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